
Arcaduces
Gustos y Regalos
Oigamos lo que dice Eckhart Tolle, en una de sus charlas:
“Dios o tu naturaleza esencial, no es algo, no tiene contenido, ni forma. La mejor descripción de Dios, es decir lo que no es. Y entonces dejarte con lo que es, pero no puede nombrarse. Pero puede conocerse, aunque no conceptualmente, porque cada concepto es de nuevo un nombre, y una forma”
Pongo estas palabras de un místico contemporáneo, Eckhart Tolle, el cual no es budista ni cristiano, ni pertenece a ninguna denominación religiosa, y lo hago solo para poner en claro el significado de Dios. Cualquier persona que haya llegado a experiencias profundas, sabe que Dios no cabe en concepto alguno, pero muchos místicos cristianos han seguido hablando de Dios como si fuese una persona. ¿La razón? Quizás porque sus contemporáneos no hubiesen podido entenderlo de otro modo, o quizás porque las autoridades religiosas de su época no hubiesen aceptado otra manera de referirse a ello.
Nosotros, que vivimos en una época tan distinta, nos sentimos a veces inclinados a rechazar el concepto de Dios (con toda razón), pues en su nombre se han cometido tales barbaridades y abusos, que uno siente horror al pensar en ello. No obstante, la literatura mística cristiana, utiliza el nombre de Dios, para referirse a la naturaleza esencial, y ese es mi punto de partida, cuando entro en escritos de místicos medievales, como Santa Teresa de Jesús. Puestos a elegir un libro de literatura mística cristiana, como base para entender mejor cual es el planteamiento de esta tradición para llegar a la experiencia interior, elegí Las Moradas de Santa Teresa (como dije anteriormente), por tener algo en común con el budismo, ya que Santa Teresa compara el alma a un castillo, y Dios es el rey que lo habita. No casualmente, el mismo Hui Neng, compara la mente a una ciudad, y la naturaleza esencial al rey que habita en ella. La similitud es más que obvia.
Pero también elegí ese tratado por otra razón más personal, y es que durante un retiro intensivo de meditación zen (sesshin), en una época en que las experiencias místicas de índole sobrenatural se sucedían en mí con cierta frecuencia, escribí un poema, que ahora no sabría reproducir entero, pero cuyas dos últimas estrofas hablaban de las lágrimas que en aquel momento estaba derramando abundantemente, y decían así:
Estas lágrimas me las ha mandado mi padre
Que vive en un castillo de cristal
Teniendo en cuenta que en aquel momento yo no había leído el libro de oración mística de Santa Teresa, Las Moradas, me pregunto si la imagen de un castillo, (la mente o el alma), habitado por un monarca, (que es Dios o la naturaleza esencial), es algo universal. Y me pregunto igualmente, si la imagen del mismo había venido a mí, sin pensar en ello, justamente por esa razón.
Entrando ya en materia, en su libro, Santa Teresa establece muy bien la diferencia entre la mística natural y la mística sobrenatural. Cuando tenemos experiencias de tipo natural (experiencias buenas, naturalmente) las llama contentos o gustos, mientras que a las experiencias de tipo sobrenatural, las llama regalos. Los contentos son algo que podemos obtener mediante la práctica de la meditación (u oración, como se la llama en la tradición cristiana) ¿Y en qué consisten esos contentos? En el comienzo de las cuartas moradas (que es donde podría ponerse una cierta línea de separación entre la mística natural y la sobrenatural), dice:
Pues hablando de lo que dije que diría aquí, de la diferencia que hay entre contentos en la oración o gustos, los contentos me parece a mí se pueden llamar los que nosotros adquirimos con nuestra meditación (…) que procede de nuestro natural
Añadiendo poco después:
nacen de la misma obra virtuosa que hacemos y parece a nuestro trabajo lo hemos ganado, y con razón nos da contento habernos empleado en cosas semejantes
Y, efectivamente, cuando practicamos la meditación de un modo regular, aunque sea tan solo media hora al día, obtenemos algo de eso. No hay que esperar tanto para obtener algún gusto natural, quizás en una o dos semanas empecemos ya a sentir esos efectos de la meditación. Nos levantamos de ella, más enfocados, más enteros, más nosotros mismos, y eso nos anima, sin duda alguna, a seguir meditando. Nos parecerá muchas veces que hemos encontrado una manera de sentirnos bien, y eso será sin duda un gran descubrimiento. Y querremos seguir practicando por esa razón.
Los contentos, son obtenidos en cierto modo con el esfuerzo puesto en la meditación, como si obtuviésemos agua que llegara a nosotros por una tubería (o arcaduces, en su lenguaje):
Es la diferencia que la que viene por arcaduces es, a mi parecer, los "contentos" que tengo dicho que se sacan con la meditación; porque los traemos con los pensamientos, ayudándonos de las criaturas en la meditación y cansando el entendimiento; y como viene en fin con nuestras diligencias, hace ruido cuando ha de haber algún henchimiento de provechos que hace en el alma.
Hay que aclarar aquí, que meditación para Santa Teresa, es pensar, no meditar en el sentido que nosotros le damos. Esto me recuerda, por ejemplo, cuando practicaba la meditación del budismo tibetano, en la que, efectivamente se utiliza el pensamiento, como ya expliqué en los primeros capítulos. Allí se piensa en cosas positivas, o se intenta que el pensamiento transcurra por esos cauces, y efectivamente, haciéndolo, a veces se obtienen pequeñas experiencias interiores de tranquilidad, o “contentos” como dice Santa Teresa. Pero para ello tenemos que cansarnos mucho, como ella comenta, tenemos que pasar mucho tiempo haciendo ese penoso esfuerzo de forzar nuestra mente para pensar positivamente.
Pero cuando practicamos la meditación zen, en su forma de Shikantaza, el resultado es otro tipo de contento, pues el pensamiento no interviene, y podría decirse, que lo que sucede viene directamente de Dios o la naturaleza esencial:
Estotra fuente, viene el agua de su mismo nacimiento, que es Dios, y así como Su Majestad quiere, cuando es servido hacer alguna merced sobrenatural, produce con grandísima paz y quietud y suavidad de lo muy interior de nosotros mismos
Creo que con la meditación del zen, se obtienen también este otro tipo de experiencias, que ya no son enteramente naturales, sino que entramos ya dentro de la mística sobrenatural. Y no solo es un gusto espiritual, sino que alcanza claramente el cuerpo, en la oración teresiana:
vase revertiendo este agua por todas las moradas y potencias hasta llegar al cuerpo; que por eso dije que comienza de Dios y acaba en nosotros; que cierto, como verá quien lo hubiere probado, todo el hombre exterior goza de este gusto y suavidad.
Y aquí es donde veo yo un punto de unión muy importante entre la práctica de la meditación zen y la oración de Santa Teresa, pues nosotros, durante el zazen, sentimos esa energía espiritual (el agua) que se extiende por nuestro cuerpo. Lo cierto es que en el budismo no establecemos diferencias entre cuerpo y mente (o espíritu) por lo que no encontramos nada que nos sea difícil de entender en el hecho de que el agua llegue al cuerpo.
Santa Teresa llama agua, a lo que en el zen se llama energía interior o joriki (o simplemente ki), naturalmente, lo que abre nuestro entendimiento hacia muchas de las palabras de Jesús, cuando se refiere al agua. Incluso, el bautismo, que se hace con agua, es para mí algo que tiene que ver con la energía interior, y no con el agua exterior. La experiencia del bautismo, posiblemente sea producida por la energía que despertamos durante momentos de meditación, no precisamente con un chorrito de agua sobre nuestra cabeza, así sin más ni más. Habría que entender el asunto del bautismo en un río o en una pila, como algo simbólico, no como algo real. El bautismo de fuego, que aparece también en las palabras de Jesús, se aproxima más a lo que estoy comentando, seguramente.

Agua que corre sola